Para no chocar con Alemania, Francia complementará el pacto fiscal con fondos estructurales y créditos del Banco Europeo de Inversiones; poca cosa, pero puede ser el inicio de un cambio. El pacto fiscal atemoriza a los mercados a los que supuestamente debería tranquilizar
Tras ganar las elecciones con un mensaje de moderación de los ajustes fiscales en Francia, crear empleo público y redistribuir la renta, Hollande ha conseguido demostrar que los mercados de bonos no siempre exigen austeridad. Pero en la periferia europea sus planes no resultan convincentes
Aún no ha puesto en marcha su programa, pero François Hollande, por lo menos, ha demostrado que los mercados de bonos no siempre exigen políticas de austeridad. Desde que el candidato socialista ganó las elecciones presidenciales hace dos semanas con un mensaje de suavizar los ajustes fiscales en Francia, crear empleo público y redistribuir la renta, el rendimiento sobre el bono francés a diez años ha caído 18 puntos básicos, para situarse en el 2,79%. Pese a los constantes elogios en Berlín y Frankfurt a la "disciplina de mercado", lo cierto es que los inversores en bonos, en estos momentos, "calculan que tienen más posibilidades de recuperar su capital si hay crecimiento que si hay austeridad", dice Michael Burke, execonomista de Citibank en Londres. "De ahí, el voto de confianza en Hollande", añade.
Pero, más allá de las fronteras francesas, en la acorralada periferia europea, el plan antiausteridad de Hollande para la zona euro ha resultado bastante menos convincente, aunque la fuga acelerada de dinero de la deuda española e italiana puede tener más que ver con las elecciones griegas y el peligro real ya de una fragmentación de la zona euro. Aunque el Gobierno español insiste en la fórmula salomónica de "austeridad sí; crecimiento también", nadie en los mercados se lo cree tras las recesiones brutales registradas en cada país que ha defendido la misma idea, desde Letonia hasta Irlanda, pasando por Grecia y Portugal. Y, pese a crear expectativas de que renegociaría el gran pacto fiscal firmado por Merkozy, el plan de Hollande en el ámbito europeo se limita a reafirmar una serie de políticas ya pactadas anteriormente por las potencias europeas. Concretamente, duplicar el capital del Banco Europeo de Inversiones (BEI) con el fin de financiar la inversión pública-privada y proporcionar créditos a las maltrechas pymes del sur europeo; activar un programa de los llamados project bonds, bonos emitidos para financiar proyectos de infraestructuras, y la aceleración de aquel viejo recurso del europeísmo: los fondos estructurales.
Más que una nueva receta de cocina creativa, el plan Hollande parece consistir en tres platos recalentados. "Las medidas se adoptarán porque todo el mundo está de acuerdo; pero esto en sí es un indicio del escaso impacto que van a tener", ironiza Paul de Grauwe, economista belga de la London School of Economics. "Lo más que se puede esperar es que el hecho de anunciarlos tenga un impacto sobre los animal spirits (deseos de invertir, según la frase del economista John Maynard Keynes) en el sector privado", añadió en una entrevista que puede leerse en la página 6 de Dinero. De ahí, el categórico marketing del plan, "una nueva dirección para Europa (...)", que condicionará la firma francesa en el pacto fiscal a "una estrategia ambiciosa de crecimiento", según insistió el nuevo ministro de Finanzas francés, Pierre Moscovici.
Son palabras que buscan ese efecto anuncio que menciona De Grauwe. Pero el problema de fondo es que el plan de Hollande no sustituye sino que se adjunta al rígido pacto fiscal cuyo carácter procíclico en un momento de recesión atemoriza a los mercados a los que debería sosegar. Y, aunque se sabe que Hollande defiende la intervención contundente del Banco Central Europeo para prevenir subidas de los bonos españoles e italianos, nadie apuesta por la capacidad del nuevo presidente francés para convencer al Bundesbank.
Aunque el paquete pro crecimiento pueda provocar bostezos en Bruselas, existe la esperanza de que Hollande empiece a cambiar el paradigma dominante en la zona euro mediante estrategias de reactivación que compaginan reformas estructurales con estímulos a la demanda, concretamente la inversión. La potenciación del BEI -con la inyección de 10.000 millones de euros a su capital mediante aportaciones de todos los países europeos- es, sin duda, la medida más significativa. Si se pretende, de verdad, crear un motor económico con la potencia de otros grandes bancos públicos de desarrollo, como el BNDS de Brasil, podría ayudar a salvar la zona euro.
Gracias a ratios de apalancamiento de hasta ocho veces y una rating triple A, el BEI puede que amplíe su oferta de créditos que concede en 60.000 millones de euros en tres años, un aumento de crédito equivalente al 1% o el 1,5% del PIB si se concentra en los países del sur, según explica Mathias Kollacz, expresidente del BEI. El BEI ya duplicó sus créditos en la crisis del 2008 y ahora es tres veces más grande que el Banco Mundial. "Puede desempeñar un papel contracíclico muy importante", afirma Kollacz.
El BEI puede financiar proyectos de infraestructuras mediante préstamos directos a los estados aunque sólo puede financiar pymes a través de créditos a los bancos privados. Para que la banca privada cumpla con su obligación de proporcionar crédito a las pymes, "se pueden aplicar condiciones para que los bancos comerciales apoyen proyectos empresariales", asegura Stephany Griffith Jones, experta en desarrollo de la Universidad de Columbia en Nueva York. "La banca pública puede tener un papel decisivo en esta crisis", añade.
Pero, pocos economistas esperan que el BEI, ni las otras medidas paneuropeas defendidas por Hollande, sean suficientes para romper la espiral viciosa que arrastra partes de la zona euro hacia la insolvencia. Aunque Hollande parece reconocer el problema, no quiere enfrentarse a Alemania respecto al pacto fiscal. Es significativo el cambio del lenguaje desde las elecciones. "Por renegociar, Hollande se refiere más a combinar los acuerdos existentes con un paquete de medias pro crecimiento, más que una renegociación verdadera", explicaba Philippe Aghion, asesor de Hollande, en una tribuna el martes en el Financial Times, lo cual parece ser la traducción al francés de "donde dije digo, digo Diego".
Esto es una dificultad considerable, sostiene Malcolm Sawyer, de la Universidad de Leeds, ya que "un aumento de la inversión pública supone, inevitablemente, aumentar la deuda pública". Hollande "necesita renegociar el pacto, al menos, para evitar que perjudique la inversión pública (a diferencia del gasto corriente); si no, la recesión se profundizará". Curiosamente, Alemania siempre había incluido en su propio pacto constitucional esta llamada regla de oro que protege la inversión de las restricciones sobre los déficits presupuestarios.
Existe otro problema con la reinvención de estos viejos instrumentos europeos para reactivar la economía. Los fondos estructurales, los project bonds y, en alguna medida, el BEI fueron pensados principalmente para impulsar inversiones en infraestructuras físicas en aquellos tiempos felices en los que aún se creía en la convergencia mediante trenes de alta velocidad.
Pero ese momento ya pasó, al menos para España. Ahora se necesitan inversiones que eleven directamente la productividad, desde educación hasta la I+D, para efectuar "devaluaciones internas", menos dolorosas que los recortes de salarios. "La inversión en infraestructuras físicas debería estar produciéndose en Alemania...", explica Daniel Gros, del Centro de Estudios de Política Europea. Esto permitiría, en teoría, crear demanda de exportaciones de Italia o España, como ocurrió cuando la modernización del sur creó mercados para las multinacionales alemanas. Aunque, como advierte Günter Wolff, del Bruegel Institute, "las obras públicas en Alemania suelen crear demanda sólo para sus propias empresas".