Argentina, San Juan, Miércoles 04 de Octubre de 2023
Fontevecchia y Verón fundamentos discursivos del fenómeno antikirchnerista
Colaboracion de ADRIANA GONZALEZ





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Por Horacio González , el 30 de Marzo
de 2009.
Me demoro un momento en un artículo reciente de Noticias, repleto de mala fe
y forjado con el modelo de los affiches del far west "buscados". Se trata
en él de lo que denominan las "usinas intelectuales del gobierno". Además de
estar concebido como una orden de captura, su molde es la clásica retórica
del periodismo amarillo la suficiencia de un saber ("cómo funciona"); la
presuposición de una confabulación ("la usina") y el anuncio perdonavidas de
un concepto prejuicioso y potencialmente persecutorio ("ideológica" del
gobierno). No nos sorprende esta conocida fusión entre periodismo y cacería.
Pero como verdaderas herencias del amarillismo de derecha, mantiene
pretensiones culturales. Es necesario entonces hacer otras consideraciones.
La pregunta sobre como se financia la "usina" pertenece al campo del
amarillismo semiológico algo se haría en sigilo, a nuestras espaldas, y
necesitamos saberlo. Dicho en otras palabras, este periodismo del bajo
folletín es también una degradación de la investigación periodística,
convertida en una transposición de lo que se llamó así en el pasado
inmediato. No desentrañar secretos y olvidos que afectan a una verdad, sino
enmarañar la verdad para que se olviden los efectivos poderes que están en
juego. La vieja expresión, amarillismo, forjada hace casi más de un siglo,
presupone trabajar con el color más intenso para despertar las sospechas
oscuras del folletín.
El sentido general de esta nota obtusa remite al esquema de fondo de la
Editorial Perfil las acciones sociales son investigables, por principio, en
nombre de presuponerlas fundadas en una estructura general de corrupción.
Quién las investiga es un neocruzado que hereda el amarillismo de la prensa
puritana de finales del siglo XIX, en el que se piensa que el mundo solo
puede ser redimido por la homilía periodística. Todo esto como recomposición
del capitalismo ascético.
Las excepciones de Walsh en la Argentina y Raymond Chandler o Dashiell
Hammett en Estados Unidos -donde la investigación la realiza un hombre
débil, juguete de los acontecimientos y que termina pagando el precio de su
osadía- no puede ocultarnos que el poder periodístico más injusto y
negligente es el que mantiene ahora el arquetipo de la revelación del
escándalo.
¿Qué es el escándalo? La palabra proviene del griego skándalon, trampa u
obstáculo para que alguien caiga. No deja de tener hoy esa acepción, pero
bien entendido, es un reagrupamiento de sentido sobre los hechos
presuponiendo su esencia en un insondable aquelarre. Hay que procurar los
medios para que destilen lo que "encerraban", para que suelten su enigma y
se perciba la vergüenza de su lenguaje recóndito. Dejar a la vista el
escándalo, o ver lo real en tanto escándalo, implica denunciar un lenguaje
que no se acomoda a las lenguas habladas por el poder comunicacional más
trivializado. He aquí Perfil y sus contratos de lectura, como diría Verón.
Por eso, para este tipo de amarillismo calificado, "escándalo" significa no
tanto caer en la trampa, sino que todo hecho es una trampa y debe ser
revelado como tal, si es posible, poniendo afiches en las calles contra los
réprobos. Y es lo ocurre en los kioskos con la tapa de Noticias. Esa
revelación es súbita, pública y supone un juicio sumarísimo por la prensa.
La revista Noticias y el diario Perfil son herederos de esta noción del
escándalo, pero su aparente novedad es que también la aplican a la vida
intelectual. La potencialidad escandalosa de la noción de lo "intelectual"
-reconocidamente dificultosa su mención siempre fue problemática- debe ser
también revelada. De ahí las imprescindibles preguntas como "quienes son y
cómo se financian", por un lado, y la atención que se presta a las
vicisitudes que presenta el lado querellante del oficio intelectual,
valorando los lenguajes que de allí provienen sin el habitual recurso a la
"divulgación". Esta es una paradoja interesante en el caso de Perfil, pues
sostiene un interés en los estilos intelectuales y en ciertas aspiraciones
de la crítica que no es propio de los sectores centrales de la prensa, que a
su vez heredan la tradición de "darle al lector urbano, contemporáneo y de
masas, lo que pertenece a su nivel de comprensión". Este último -la
standarización- es el ejemplo de Clarín que no suele admitir niveles propios
de la lengua intelectual. Este diario hace ingentes esfuerzos como instancia
unificadora de lenguajes, para homogenizar la escritura como acto de dominio
pedagógico.
No es el caso de Perfil, que admite la hipótesis de la convivencia de una
lengua específica con una lengua general -es decir, un periodismo que acepta
planos heterogéneos- pero que suele reservarse el juicio final del escándalo
("cómo se financian") cuando es necesario destruir un lenguaje elaborado con
exigencias singulares con los afectos del lenguaje general de la sospecha.
Sin vueltas, se trata del infundio como forma expositiva, la deformación de
los actos como intencionada ruptura con la fidelidad narrativa y el arreglo
de los hechos a una hipótesis moralizante, último refugio mendaz de esta
técnica distorsiva.
En cuanto al artículo de tapa al que nos referimos, titulado Cómo funciona
la usina ideológica del gobierno no importa que se desmienta la propia
pregunta en el contenido de la propia nota precisamente esa distancia entre
la titulación (las encubiertas operaciones retóricas sobre el texto) y el
texto mismo, son un derecho que prácticamente todo el periodismo de masas se
ha autorizado como parte de su ética basada en el jurisprudencia del
escándalo. Esa distancia es el triunfo del periodismo moderno de masas, ante
el fracaso de dirigirse realmente al lector ciudadano en el que había
pensado el siglo XIX, que por respeto no era juzgado merecedor de tales
distancias irracionales entre el cuerpo del texto y su presentación. Perfil
ha abusado de esa distancia y la ha ampliado irracionalmente. Cuerpo y
cerebro no se pertenecen he allí su verdadero escándalo.
Sin embargo, todas sus notas se basan en fórmulas de la pesquisa
decimonónica. Los detectives fueron inventados por una noble literatura de
folletín de alto nivel, lo que fue denominado por Balzac la "comedia
humana". En el caso de Perfil, gira todo este material de "investigación
crítica" de las "usinas" -viejo nombre que las derechas serviles le dan a la
cultura y hacia todo lo que los afecta- hacia el amarillismo intelectual y
remata con la noción central del grupo editorial Caras. Hay caras. En
efecto, su sinopsis de ideas periodísticas se resuelve en la revista Caras,
que juega con la desconexión total de los hechos de las historia en virtud
de la presentación del rostro (entendido como ideología resumida de la
existencia) como una forma del escándalo. Tener un rostro es un escándalo.
Hay que investigarlo.
Y así, rostros al borde de piscinas, fotografiados en sus casas para mostrar
las vidas aprobadas, vidas hedónicas que son un signo de oscuro consuelo
-antiquísima técnica de los poderes monárquicos, feudalismos que el gran
periodismo, verdaderamente crítico supo desnudar y superar- conviven con los
rostros de los investigados, de los que cada domingo van a ser enviados al
cadalso por Noticias y salvados en el purgatorio de Caras. Estos dos
hemisferios complementarios posee la ideología de Fontevecchia. Todo cuanto
trata presupone la condena o la salvación de un rostro. Ha descubierto algo
fundamental, manejado turbiamente las caras (o las noticias manejadas como
rostros) son nuestro paso por el mundo. Verlos en un trono ("cómo vive tal o
cual") o afichar la ciudad con las fisonomías réprobas ("quién los
financia") es un grosero pensamiento. Amarillento, pegajoso, craso.
Perfil tiene una columna que queremos comentar, la de Eliseo Verón,
respetado profesor de una vastísima trayectoria, del cual recordamos sus
comienzos en Cuestiones de filosofía (una gran revista de comienzos de los
sesenta, de la cual salieron solo tres números), sus lecturas de
Merleau-Ponty, luego cambiadas por las de Levi-Strauss y luego una
imaginativa semiología, una pletórica teoría del discurso, que sin embargo,
poco a poco lo fue llevando hacia fuertes compromisos empresarias que no le
quitaron su calidad intelectual sino -al menos para mí- su capacidad de
interpelar a su tiempo y a los núcleos problemáticos mas vívidos de la
época. No decimos más, pues si decimos que cada mención de un nombre en los
dominio de Fontevecchia es una denuncia que va hacia las mazmorras
metafóricas o hacia la salvación hagiográfica, no incurriremos en el mismo
estilo. Y recomiendo que siempre lo hagamos para elevar el nivel de
relaciones críticas entre todos, se trata de quien se trate.
Verón, junto a Silvia Sigal, había escrito hace muchos años un libro muy
importante, Perón o muerte, fundamentos discursivos del fenómeno peronista,
en el que analizaba una lucha dantesca - no una comedia humana sino una
divina comedia- entre Perón y los montoneros, a través de la configuración
enunciativa como retórica general de la existencia política. Magnífica y
arbitrario, el libro deshistorizaba la lucha pero por otro lado, la
politizaba en extremo, pues sostenía que la hipótesis de partida, un
peronismo compartido entre distintas interpretaciones del mundo, solo podía
ser un malentendido que después resulto en una guerra. Consecuencia
inevitable de una gran conflagración hermenéutica, basada en apropiaciones y
desvíos de grandes narraciones que finalmente establecerían la fusión entre
lenguaje y muerte.
El libro hoy podría ser escrito de otra forma, pues ideas como el
malentendido y la figura del lenguaje como sujeto de las prácticas tienen
valor duradero, y es obvio, están en toda la filosofía antigua y
contemporánea. No inventó nada nuevo Verón pero lo expuso convincente y
polémicamente, a la luz de los años alfonsinistas, que venían a reproponer
la relación entre discurso y ciudadanía, expurgando malentendidos y dándole
transparencia a la relación entre lenguaje y poder, esto es, creando
ciudadanos y no figuras de guerra. ¿Fue así o no pudo ser así porque estas
atractivas teorías del significado del lenguaje no pueden sin más resolverse
en una pobre teoría política liberal?
Quizás no resumo bien un libro complejo, pero quiero ir a lo que ahora me
preocupa. El artículo, o "columna" -según la denominación habitual- de Verón
en Perfil. Sale el mismo domingo en que la revista Noticias nos fulmina
contra el paredón de los kioskos porteños. Su título es Hagamos política, y
apelando a una asociación que llama inconsciente, cita al filósofo Jacques
Ranciére para afirmar una curiosa tesis que sin dudas está en Rancière, pero
tratada por Verón a pedir de boca de ese número de Perfil. Se trata, lo más
finamente que se pueda decirlo, de llamar votar contra el gobierno (que
hace, como todos, un tipo de política que Rancière ha llamado, recuerda
Verón, de "policía"), pero no de un modo en lo que harán muchos ciudadanos,
que como se sabe serán muchos, sino diría, -perdón por la redundancia- de
una manera destituyente. Como esta palabra tiene sabor filológico, y ahora
es de uso habitual, no veo mal recordarla.
Verón nos dice que en nombre de un festejo de la contingencia política,
verdadera forma de irrupción en la disparidad social, habría que producir la
cesura de la relación entre competentes e incompetentes. Se lo haría
mediante una pregunta que llama provocativa y escandalosa "¿y si la
democracia fuera el poder de cualquier persona, la afirmación de la
contingencia de toda dominación?". Por lo que una regla de azar, tirar lo
dados para ver quien ocuparía el máximo poder (dice estar pensando en la
próxima elección legislativa), resolvería el hiato entre la política y la
disparidad social que origina toda administración. Llama entonces a hacer
uso de ese golpe de dados mallarmeano, diciendo sin duda respetar el
republicanismo, pero se trata ahora de impedir que los "incompetentes" sigan
gobernando.
La piel del artículo de Verón es interesante, su glosa de Rancière es
aceptable, su argumento resulta atractivo y nos ilusiona con un trato
complejo con la materia que invoca. Como siempre. Pero ahora -también habla
de escándalo de este pensamiento, en el sentido de que se halla en un lugar
que no tiene lugar aceptamos- lleva el argumento hacia una convocatoria que
no hubiera deslucido hace algunos meses en el Monumento a los Españoles
-aunque Rancière, estimable filósofo, es francés- y la resuelve en un
contingencialismo absolutista que termina volcando una interesante filosofía
en una vulgar maniobra semiológica. Ante las elecciones, nos estaría
sugiriendo que del conjunto de cuarenta millones de habitantes, y que no
sufra el republicanismo, elijamos a uno al azar. La prosa es fina, la
intención es grosera. ¡Quizás sale él! ¡Qué lo nombre de ministro a
Fontevecchia! ¿O habrá que aplicar también el azar para los ministros, si es
que hay ministros?
Así como en Fundamentos del fenómeno peronista se lo ponía a Perón entre la
opción del lenguaje autotransparente o la muerte -el análisis era sin duda
interesante- ahora a Kirchner se lo pone -muchos años después, mucho más
rápido, sin tanto artificio y apenas como un rápido comentario al autor de
El desacuerdo- como un falso experto, un impostor que dijo estar capacitado,
con lo cual "los fundamentos del fenómeno kirchnerista" vienen a coincidir
con lo que Perfil viene diciendo hace rato. Ya se sabe. Hay que sacarlos
rápido, no entienden la relación entre expertos y azar, disfrazan de
gobernabilidad la urgencia (¿cómo, a Verón no le gustaba el azar, una forma
del decisionismo y la urgencia?). Nada nuevo ¡Fontevecchia y Rancière, un
solo corazón! El sakándalon se ha consumado. Próxima entrevista de Caras
Rancière. Un hombre que nunca hubiera ido al Monumento anteriormente
referido.
No estoy enojado sino un poco resignado, aunque la vida y la historia
deberán refutar estas tosquedades, aún revestidas de una capa de finura
intelectual. Escribo esta nota tan solo para los amigos y para que circule
-quizás con la benevolencia de éstos, por los medios habituales de
reproducción en cadena. Ya Ricardo Forster puso en su lugar a los
mequetrefes. Solo tengo para agregar que la miserable nota manoseadora, no
solo tiene el error de inducir a una idea de lo intelectual que debería
resolverse, según ellos, en ideas "no deshonradas" por cargos (en vez de
suponer que ciertos cargos pueden cargarse, valga la redundancia, de fuerza
intelectual), no solo apila situaciones falsas armadas con prejuicios
persecutorios, sino que infama a una figura como David Viñas, quien no
participa de Carta Abierta aunque nos enriquece continuamente con su diálogo
y su amistad. La verdad, sus noticias no tienen cara, no son buenos ni de perfil.



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