Argentina, San Juan, Miércoles 04 de Octubre de 2023
Amor: del Egoísmo a la Generosidad (El otro San Valentín)
De Pablo Bernal, poeta y narrador sanjuanino





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Nobleza obliga, debo advertir al lector que, este texto que, en principio, puede parecer un artículo periodístico o de opinión destinado a conmemorar el tradicional San Valentín; -de algún modo puede que lo sea, pero- en esencia se trata de una carta; una “Carta abierta de amor, a una mujer que ya no cree en el amor”. Así, bajo la sospecha de que, teorizar sobre el más alto y esquivo de los sentimientos encierra un error, el de la generalización, puesto que se suele excluir la propia experiencia, comencé balbuceando estas primeras líneas desde la diezmada perspectiva (la mía) de un hombre que alguna vez, también, amó sin ser amado; poblado de antiguo duelo y vulgares clichés de ocasión que, con inusitada y torpe tenacidad pretendí repeler sin demasiada fortuna, oscuramente iluminado, acaso, por la humana vanidad de la “conquista”. No me enorgullece, claro. Sin embargo, siento que debo hacer crónica de este hallazgo que me obliga a la generosidad de la renuncia o de la espera y que, en adelante intentaré explicar. Como podrán suponer, voy a hablar del otro San Valentín, el que no festejan los solitarios ni los que han dejado de creer ni los que han perdido su lugar en la fila de los que esperan y tampoco, los que aún sin suerte, conservan todavía la esperanza.

1) El problema de la elección: Siempre desconfié del arte epifánico y de la flecha mágica de ese niño alado y desnudo que, jugando con los designios, elige por nosotros, antojadizamente, nuestro destino amoroso. Aunque tal vez, íntimamente, pretendo argumentar en defensa de Cupido, cuyo nombre deviene de cupere que significa “desear con pasión” (No soy sabio ni Mariano Grondona, busque el significado en un diccionario etimológico).
Como un comentario relacionado con la fecha que nos convoca, la sola idea de que exista -impuesto por religión o política en unos casos y, sostenido en otros por exigencias de mercado- un día para rendir homenaje a la natividad de Cristo, uno para el terrenal amor humano, uno para la paz, otro para la dulzura, etc, todo como en botica; me parece un tanto detestable e injusto para con el resto de los días normales. Pero no soy quien para juzgar las tradiciones. Hablo desde una apreciación personal. Si me lo preguntaran, deberíamos ser capaces de celebrar el amor cada día como propósito de Humanidad. No obstante, y retomando la idea original de este apartado, entre las explicaciones de la sicología que por momentos parecieran rondar lo patológico, las fundamentaciones de la filosofía que suelen resultarme confusas y hasta encontradas a veces y, la autopsia diseccional de la neuro-ciencia; sin dudas, puesto a elegir, voto por Cupido.

2) El hecho: Enamorado de una preciosa mujer, le confesé mis sentimientos. Yo era consciente e inclusive estaba preparado para contrarrestar las tres o cuatro probables respuestas adversas. Había elaborado mi contraque y sentía que era capaz, por lo menos de, neutralizar, en parte, sus posibles negativas:
a- Yo no siento lo mismo por vos.
b- No sos mi tipo.
c- Estoy enamorada de otro hombre.
d- Inclusive podría haber dicho (no sin trivialidad) que nunca se fijaría un poeta gordo y sin dinero.
No esperaba, en cambio, lo que dijo a continuación, con exactas y temibles palabras “No creo en el amor, por eso hace tanto que estoy sola”. Por reflejo emotivo o quizá de auto preservación, atiné a contestarle que yo sí creía -con énfasis lo dije- como si mis sentimientos por ella fueran suficientes para los dos...¡Que la inocencia me valga!

3) El San Valentín de los cretinos egoístas: “...por eso hace tanto que estoy sola”; la segunda parte potenciaba a la primera y dejaba entrever a la claras que, cuando menos conscientemente, esta excepcional, bellísima y espléndida muchacha, había perdido su fe en ese amor que se profesan las parejas de la especie humana.
Sus palabras erigieron frente a mí un muro, a priori infranqueable, una tragedia de magnitud cósmica (los planetas parecían haberse alineado en mi contra). ¿Cómo hacer entonces para que esa inolvidable fémina que decía no creer en el amor se fijase en mí? ¿Qué hilos de la trama de su vida hacía falta destejer y volver a tensar para lograr su aceptación; para que, nos autorizara a ambos, la chance de amarme ella y, de permitirse ser amada por mí?
Típica reacción de macho bien entrenado y, una cretinada sin atenuantes. Hasta ahí, yo, sólo estaba preocupado por el resultado de la caza -de mi propia necesidad emocional- y, no de su corazón devastado.

4) Lo predijo mi amigo José Antonio: De súbito, abriéndose paso entre las telarañas de mi memoria (toc toc), golpeó a mi puerta una revelación; sin más, me acordé de una charla que tuvimos con José; este amigo al que aprecio con cariño particular y admiro por la lucidez sin amarras de sus pensamiento arrojado; me dijo cierta vez que, “no hay nada más difícil que dejarse amar”. Al principio me pareció algo disparatado, una teoría gallarda (de esas que se dicen cuando uno se despide, y sólo para dejar en el recuerdo del otro un impronta de superioridad), enunciada como fácil corolario de una noche de conversaciones enorgullecidas de buen cabernet. Recuerdo inclusive haberle señalado, con desprolija altanería y gesto de quien domina el tema, ese fulero pifio de concepto que a mi juicio él había tenido “Dejarse amar le pasa a cualquiera -le dije-, lo difícil es amar uno a la otra persona”.
Reconozco, sin vergüenza ni mérito, que me equivoqué. Pecado de juventud.

Sus años que desbordan los míos advertían de antemano lo que yo conocí esa siesta en que le dije a esa chica que la amaba; la implacable negación de un corazón herido.

5) No basta: Es probable que, ante los ojos de los expertos en amor (sicólogos, filósofos doctorados, devotos de San Antonio, latin lovers, fanáticos de Eros, etc.), este humilde servidor, carezca del parangón cognoscitivo y/o práctico apropiado para exponer de modo cabal qué cosa es el amor, su problemática. En todo caso, no me interesa tal disquisición; ya en el principio aclaré que esto era una carta de amor y qué, hablaba a beneficio de postulados personales. Destacados escritores como Enrique Rojas, se han encargado de hacerlo con minuciosidad y de modo más eficiente; por cierto, dice éste “hay una diferencia que conviene subrayar ahora, la establecida entre conocimiento y amor. El primero entraña la posesión intelectual mediante el estudio y el análisis de sus componentes. El segundo tiende a la posesión real de aquello que se ama, en el sentido de unirse de una forma auténtica y tangible. Amor y conocimiento son dos formas supremas de la trascendencia, de superación de la mera individualidad, que presupone el deseo de unión...no se puede amar lo que no se conoce.”
Resumiendo, el amor de pareja es (en la práctica o, cuando menos en el plano de los anhelos, de la intención de cada uno) la cumbre de la afectividad entre hombres y mujeres, su principio y su indefectible destino y, debería comenzar en la necesidad del prójimo. Podría continuar enunciando al respecto notables teorías como ésta que antecede, prestadas o propias, a lo largo de páginas y páginas completas.

O, puedo intentar esta síntesis muy mía pero elocuente a mí entender: Lo sé. Saberlo, no basta.

6) Que no te vendan amor sin espinas: “Vivimos como nunca, atormentados por la necesidad de saberlo todo, por la urgencia de la seguridad y de la certeza.”, dice Sergio Sinay, con razón.

Muchas veces fallamos antes de comenzar, porque invertimos los órdenes, primero requerimos certezas, reclamamos confort, posición económica y status social y, muchas veces, hasta parece que pretendemos que el otro o la otra, nos extienda previamente una especie de póliza contra desengaños, aburrimientos, penurias económicas, sufrimientos y traiciones; para recién entregarnos al sentimiento. ¿Será que ya no estamos dispuestos a ningún sacrificio?

Por momentos, da la impresión -me incluyo- de que buscamos nada más que certezas sin riesgos. Por el temor a ser heridos, a fracasar o, lo que sería tristemente vil, porque nos hemos acostumbrado a las garantías. “Para toda la vida” era el slogan de una antigua marca de electrodomésticos que aseguraba que, sus productos acompañarían a los afortunados poseedores de los mismos, para siempre. Claro, el amor, no es un es un lavarropas y no viene con manual ni respaldo técnico del fabricante. Tal vez por eso, previamente, consultamos los horóscopos (el tradicional, el chino, el maya y no sé cuantos más), vamos a la bruja para que nos dé un hechizo infalible, un amuleto contra el mal de amor o las envidias, dejamos que nos tiren las cartas y la manga del bolsillo, buscamos que un amigo o amiga nos pase un exacto dato de primera mano y, en esta era digital, nos enredamos en Facebook, Twitter o Sonico. Nos perdemos, de ese modo, la aventura fabulosa de descubrir un corazón semejante, su verdad, cual fuera.

La seguridad es una silla en que nunca deberíamos sentarnos y, la certeza, un enemigo silencioso que agrede al amor a hurtadillas. Esto no quiere decir, por supuesto, y a pesar de la aparente contradicción que, nos entreguemos, sin más, a relaciones que nos conduzcan como en un callejón sin salidas a emparejarnos con gente que, nos garantice (engaño, traición, deslealtad, olvido); precisamente, lo opuesto de los que buscamos. Quiere decir lo que quiere decir, que una ruptura o un fracaso no puede dejarnos para siempre a fuera del amor.

Otro furcio del imaginario colectivo asegura que, los opuestos se atraen y que, porque te quiero te aporrio. Siempre me he preguntado, porqué muchas buenas personas (mujeres u hombres, da igual), muy a menudo, parecen optar por amantes o parejas formales que, están en sus antípodas y, cuya inminente relacionamiento pronostica un fracaso casi asegurado. Sospecho, a esta altura, con cierto criterio que, la empatía y las afinidades tienen más parentesco con la salud afectiva de las relaciones de pareja que buscar asidero en las diferencias. Como contrapartida, también creo que la pasión inicial y el deseo, obnubilan y condicionan, inicialmente cuando menos, la visión del ser amado. Y está bien que así sea, una perfecta concordancia, nos robaría la preciosa posibilidad de ponernos en el lugar del otro.

Una anécdota para terminar. Hace poco, una noche, cenando con antiguos amigos de la adolescencias a los que no veía desde hacía algunos años; le pregunto a uno de ellos, (sujeto particularmente apuesto, educado y culto, al frente de su propio negocio y con buen pasar económico; de aproximadamente mis años -unos treinta y seis- pero con no más de treinta en la apariencia) confiado de que en su respuesta encontraría sobrados hitos de la que yo suponía, una nutrida agenda romántica, el museo personal de las mujeres estatuas de su pasado, le pregunto pues, porqué un tipo como él no se había casado todavía. Con un gesto cabizbajo y la voz lacónica, me contestó, para mí sorpresa “Porque ninguna de las mujeres que quise se enamoró de mí”. Me llevó dos largas copas de vino tragar el nudo que se me hizo en la garganta.

El problema, siempre será el problema de la elección y, aunque ahora sé que el amor es un proceso fisiológico y sicológico (probablemente más antiguo que la conciencia humana), para mí, el corazón no ha dejado de ser un músculo mítico, una caverna celosamente custodiada donde se guarda el antiguo secreto del amor.

7) La fórmula del éxito: Creo que se equivoca Rojas, autor a quien no obstante admiro, cuando dice muy sueltito de frase “sería mejor buscar un amor inteligente, capaz de integrar en el mismo concepto ambas esferas psicológicas: los sentimientos y las razones.” A qué negarlo, más que mejor sería perfecto, salvo que el amor no es un traje ni un vestido de corte a medida. Además, qué pasaría entonces con el flechazo inicial de la pasión.
Y... ¿Cómo esa frase no se me ocurrió a mí, antes de algunas separaciones dolorosas y un matrimonio roto? No se me ocurrió porque soy un ser humano promedio como la mayoría del resto de nosotros y, porque después del dardo de nuestro amiguito alado, ya con el veneno de la pasión en la sangre, nadie que yo conozca se detiene a diseccionar y sopesar las conveniencias y contrariedades del sujeto de nuestro deseo. O, no estaríamos hablando de amor. Me hallaría más a gusto -un ciento por ciento yo diría- con la máxima de Enrique Rojas, si expresara lo siguiente, sería mejor construir un amor inteligente; o sea, un a partir de y no un antes que.

En una de esas, deberíamos probar nomás, con la vieja receta japonesa de la aceptación; bien sazonada con gratitud y respeto por el prójimo y por uno mismo. Un amor inteligente, si hay tal cosa, deberá cimentarse en la mutua reciprocidad; pasión pero también responsabilidad por ese ser amado.

Concluyo que, no existe ni Fórmula ni Éxito. Tal vez, éxito, bien entendido, sí; la capacidad de adaptarse y convivir con plenitud. Dice Carlos Fuentes “...se puede amar la imperfección del ser amado. No a pesar de ser imperfecto, sino por ser imperfecto. Porque una cierta falla, un defecto conmensurable, nos hace más entrañable a la persona querida, no porque nos haga creer en nuestra propia superioridad...sino, por el contrario, porque nos permite admitir nuestras propias carencias y, estrictamente, emparejarnos. Esto difiere de otra forma del amor, que es la voluntad de amar. Acontecimiento ambiguo que puede ondear con las banderas de la solidaridad, pero también lucir los harapos del provecho propio, la astucia o esa forma de amistad por conveniencia que describe Aristóteles. Hay que distinguir muy claramente estas dos formas de amor, pues la primera abarca la generosidad y la segunda concierne al egoísmo.”


8) Al otro como a tí mismo o el escenario de la Batalla: Digo escenario en un sentido teatral, lugar donde se representa algo y, no campo de batalla que, haría pensar inevitablemente en vencedores y vencidos. Sin embargo, además del consabido sentimiento, hay que reconocer ciertos conflictos de intereses y un duelo de rivales opuestos. Parafraseando otra vez al cantautor de ¨Úbeda”; no digo siempre ni en todos los casos pero, a veces, vamos al amor como vamos a la guerra con chaleco antibalas y salvavidas, muñidos de fusil con bayoneta y repitiendo -con un cuchillo entre los dientes- maldición, me volví a enamorar.

Ahora bien, la frase cristiana que manda “amarás al prójimo como a tí mismo”; tal vez se ajustaría con mayor propiedad a los presupuestos de la pareja si, todos los seres humanos contáramos con el mismo caudal de amor para ofrendar, la misma sensibilidad; Nemer Barud, poeta sanjuanino, refuta el mandato diciendo “y si yo me odio prójimo”. Y, es correcto, porque no se puede amar desde el odio. El dilema del amor es ético, quien ama no daña, al menos a sabiendas. Aunque, bien mirado, amar al prójimo como a uno mismo, quizá, se adapte en alguna medida, aunque más no sea, a los imperativos de la convivencia de la pareja de amor, puesto que, dada la desigualdad enunciada más arriba, presupone indefectiblemente la necesidad de intercambio -en el más sano y amplio de los sentidos- con la otra o el otro y, debería llevar la batalla al terreno de la diplomacia; negociar y pactar para supervivir. “haya comercio, pues, entre nosotros” le escribió (salvando las distancias) Ezra Pound a Walt Withman.

Fin del enamoramiento y, principio de la Construcción del Verdadero Amor: Original, genuino, respetuoso, profundo, solidario, responsable y, en consecuencia, a la larga, duradero.

9) No cree en el amor: Volviendo a ella, ahora que lo pienso, hasta pudo haber dicho que no creía en mí amor, cosa que me hubiera dejado más tranquilo. Pero, dijo que, no creía en el amor (ni mío ni de otro). Yo, le donaría la mitad de mi corazón si eso sirviera para que vuelva a enamorarse. Cosa imposible, lógico, porque el amor (que es un sagrado), es una experiencia vital, personal y única que, no puede ser trasplantada. Ni siquiera transfundida o curada como si se tratase de un caso de anemia típico, o de un cuerpo famélico cuyo desorden se subsana con el suministro de un anti asténico que, induzca la natural necesidad de amar y ser amado.
Supongo ahora que, un poco más cerca de la realidad, con menos prerrogativas y menos soberbia de mi parte, podré aceptar que, sólo el tiempo sana antiguas heridas, como reza la frase popular.
Pero eso sí, sin desesperanza, en una de esas, pica la duda, que es el principio de la fe. De no creer a creer, hay sólo un paso mínimo, al igual que del no-amor al amor.

10) Buenos augurios de celebración: Mi preocupación, mi más íntimo anhelo es que, quizá, el corazón doliente y precioso de esta hermosa mujer (y junto al de ella, el de todos quienes, todavía no dimos alcance al privilegio del Amor, patria única del Hombre), encuentre consuelo y esperanza en este párrafo, con el que cierro, también de Carlos Fuentes que, dice maravillosamente en una suerte de veritatis splendor(*): “En Yucatán, el agua nunca se ve. Corre subterráneamente, bajo una frágil capa de tierra y piedra caliza. A veces, esa delicada piel yucateca, aflora en ojos de agua, en líquidos estanques -los cenotes- que dan fe de la existencia del misterioso flujo subterráneo. Creo que el amor es como lo ríos ocultos y los surtidores sorpresivos de Yucatán. Nuestras vidas se asemejan a veces a infinitos abismos que no tendrían fin si en el lecho mismo del vacío no corriese un río, plácido y navegable a veces, ancho o estrecho, precipitado otras, pero siempre, abrazo de agua que nos impide desaparecer para siempre en la bastedad de la nada. Oportunidad y riesgo de nadar en vez de riesgo sin oportunidad de nada.”
Pablo Bernal, poeta y narrador sanjuanino.

* Veritatis Splendor significa en latín Resplandor de la Verdad, es una Encíclica Católica que trata de Enseñanza Moral. Confieso no haberla leído nunca, me gustó el nombre cuando lo escuché e indagué al respecto, sólo refiero a Wikipedia y, lo menciono para desemparentar mi propia licencia sobre el significado del que hago uso, respecto del manifiesto original. Entiendo que, la cita última de Carlos Fuentes encierra una enseñanza de liberación y redención a través del amor, laico en este caso. No obstante, concierne otros giros, el de la belleza (por la belleza misma) de la verdad por un lado y, por otro, un sentido más metafórico, espiritual y romántico: Aquello que es descubierto, que aflora y, es alcanzado por la luz, se convierte en verdad, se vuelve genuino. Amor es Luz.

Como siempre, si consideran que estas palabras pueden servir a otros, o a otras; siéntanse en libertad de reenviarlas.



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