Martín Redrado dejó la presidencia del Banco Central, tras una gestión de seis años, satisfecho y orgulloso de haber superado “la más importante crisis financiera internacional de las últimas décadas, brindando estabilidad monetaria, financiera y predictibilidad cambiaria a todos los argentinos”, según plantea textualmente su carta de renuncia. Pero también dejó un sistema financiero con el más bajo índice de préstamos como proporción del producto interno bruto (12 por ciento) de América latina; un crédito concentrado en los préstamos personales y el financiamiento de tarjetas a tasas del 30 al 40 por ciento anual; baja participación en el sistema de los créditos para producción, y escasa o marginal presencia de la pequeña y mediana industria entre los beneficiarios de crédito, por las restricciones de acceso dictadas desde el propio Banco Central. Sobre estos aspectos, a los que Redrado no les prestó importancia porque no los consideraba parte de sus obligaciones, centrará su acción el Directorio del Banco Central en lo inmediato, para que el sistema recupere un rol dinámico emparentado con la producción.
En muchos sentidos, el sistema financiero argentino se convirtió en una estructura usuraria (tasas que triplican o cuadruplican a la inflación), inaccesible para el pequeño capital productivo y que, en vez de funcionar como un nexo entre el ahorro y la inversión, se convirtió en un tapón: ni en momentos de elevada liquidez (muchos depósitos) como el actual, el sistema bancario buscó alentar el financiamiento de emprendimientos productivos.
En esta mirada coinciden las autoridades del Banco Central que, ahora con Miguel Pesce a la cabeza, encaran la gestión en el pos-redradismo. Una de las primeras acciones que realizó la nueva conducción fue retomar las facultades del Directorio, antes delegadas en el presidente de la entidad. “Ahora, los informes vuelven a ser del Banco Central, y las medidas que se tomen serán del Banco Central, no de un funcionario, como venía siendo”, sentenció un integrante clave del staff de la autoridad monetaria.
Tal como encara la nueva gestión el cuerpo de dirección del Banco, el escenario inmediato que avizoran es el de recuperación de la calma. “Pese al desorden de las últimas semanas, hubo señales favorables en las últimas licitaciones de letras y notas, con alta concurrencia de bancos privados y tasas de corte moderadas”, describe un funcionario de la institución. “El 2009 había terminado con una liquidez elevada y depósitos creciendo; esperemos que ahora se vuelva al dinamismo del cuarto trimestre, que se interrumpió y no sólo por las vacaciones, por supuesto”, señala irónica la misma fuente.
Más estrictamente desde un punto de vista de política monetaria, el principal cambio que se verificará es la búsqueda de mecanismos para alentar los préstamos al sector productivo. “El principal problema a encarar es resolver ciertos cuellos de botella que hay en la capacidad instalada de algunas industrias, fundamentalmente en la pequeña y mediana empresa. Habrá que hacer un esfuerzo para facilitar las inversiones, muchas estaban frenadas por la falta de acceso al crédito”, mencionó una autoridad del Banco, señalando uno de los temas que fueron eje de discusión en la última reunión del Directorio. “Vamos a trabajar sobre la oferta, porque estos problemas se resuelven con inversión y empleo. Es una forma de actuar contra los que consideran que los problemas de inflación están provocados por la demanda interna, un razonamiento que lleva directamente a las recetas de ajuste recesivo para encontrar el equilibrio”, expresó. Una forma de aludir, casi sin subterfugios, al pensamiento y militancia de Redrado.
Las autoridades del Banco Central no imaginan medidas espectaculares ni grandes anuncios. Pero trabajan en un par de herramientas “imaginativas” para acelerar un proceso que debería llevar a una “democratización” del crédito. “Hay que agotar esta crema del negocio bancario, que es el préstamo prendario o hipotecario o el financiamiento por vía de la tarjeta, al 30 por ciento de interés o más. Hay que encontrar mecanismos para que los bancos se vuelquen hacia la actividad productiva. La mayoría no quiere hacerlo porque consideran que es mucho riesgo, prefieren los préstamos atomizados. Pero si encontramos el modo de que diez o doce bancos se junten y financien en conjunto un determinado proyecto, tendríamos una forma de mitigar el riesgo”, reflexiona un directivo clave del banco. “Ya hay un par de ejemplos, en Río Negro y en provincia de Buenos Aires, y por montos de cientos de millones de pesos”, agrega.
El diagnóstico del “nuevo” Directorio –sin Redrado y con las facultades recuperadas– es que hay necesidad de créditos en el sistema productivo y mucha disponibilidad de fondos (“liquidez”) en los bancos. Aseguran que ya se adoptaron medidas que fueron despejando algunas trabas que existían. Prometen seguir trabajando en ese mismo sentido. Los bancos tienen plata pero, hasta ahora, prefieren prestársela a corto plazo al Banco Central al 14 por ciento antes que salir a buscar clientes privados que paguen el 20. “Ni a las provincias les están prestando”, asegura otra fuente oficial.
Pero el Banco Central, por sí solo, no puede bajar las tasas. “En este sector la teoría funciona: la única forma de bajar la tasa de ganancia es la competencia”, plantea el funcionario declaradamente heterodoxo. Y la competencia aparecerá, cuando los que necesiten crédito tengan la posibilidad de demandarlo. “Cuando la demanda empiece a funcionar, habrá cola de pedidos”, auguran.
Competencia que hasta ahora, de la mano de Redrado, no existía. Quizá, porque estaba demasiado concentrado en custodiar las reservas y el valor de la moneda.